martes, 29 de enero de 2013

El diario secreto de Supermán

Querido diario:

Hoy he tenido una charla con papa y mamá que puede cambiarme la vida. Todo comenzó esta mañana en la granja. Papá me había pedido que podara algunas ramas del viejo roble que crece junto al granero, pero no he entendido bien sus indicaciones, y por error he arrancado el árbol de raíz, y con él parte del granero, que ha acabado desplomándose sobre el pozo. Papá me ha echado una bronca monumental. Tanta fuerza y tan poco cerebro, me ha dicho. Se me han saltado las lágrimas. Gracias a Dios mamá ha llegado en ese momento, y al ver lo que ocurría se ha enfrentado a mi padre preguntándole a gritos si había olvidado que sólo tengo nueve años. Un par de horas más tarde, mientras comíamos en la cocina en silencio, me he decidido a plantearles la pregunta que siempre me ronda la cabeza. Les he preguntado si soy adoptado. Papá ha dicho que si aún tengo dudas de ello es que soy más tonto de lo que él creía. Mamá ha reñido a papá, me ha acariciado la cara y me ha explicado que yo llegué del cielo. ¿Del mismo lugar al que tía Emma se marchó el otoño pasado?, he preguntado. Papá ha repetido que soy tonto. Mamá ha gritado a papá, y luego me ha explicado que tía Emma se fue al cielo de las personas que mueren, pero que el cielo del que yo vengo está mucho más lejos. Más lejos que las estrellas, eso ha dicho. También me ha contado que llegué montado en un meteorito de fuego. “Por eso tú eres diferente, cariño; tú viniste de otro planeta, y eso te hace más fuerte y más rápido que cualquiera de nosotros”. “Menos cuando se trata de entender lo que le explican”, ha añadido papá. Llevo toda la tarde reflexionando sobre las palabras de mamá. Sobre tía Emma y el extraño cielo en el que se supone vive ella ahora.



-Creo que es un maldito marciano, Martha. -¡No, Jonathan! Es un niño... ¡y nos lo vamos a quedar!

El pequeño adoptado, haciendo méritos


Querido diario:

Definitivamente el instituto no es para mí. Trato de comprender lo que nos explican en clase, pero he de reconocer que a veces me cuesta. Todas esas fórmulas y ecuaciones. Todos esos nombres de elementos químicos y de viejos presidentes muertos. ¿Por qué tiene uno que aprender tantas cosas inútiles para convertirse en una persona de provecho? La mayor parte de las veces acabo mirando por la ventana. La voz del profesor sigue resonando en mi cabeza como un eco, pero yo siento que estoy en otro lugar, lejos de Smallville. En Metrópolis, por ejemplo. Podría llegar allí en un par de minutos, y estoy seguro de que mi súper fuerza me ayudaría a encontrar trabajo. ¿Y si me convirtiera en una especie de defensor de la ley? ¿Alguien superpoderoso que zurra a los malos y ayuda a la gente? Tal vez así me ganara el respeto de papá. 
“Clark, estaba equivocado contigo. Quiero que sepas que lamento haberte puteado todos estos años, y que estoy orgulloso de ti”, eso me diría papáLamentablemente mi ensoñación dura poco. Mi viaje a Metrópolis se esfuma en cuanto oigo las risas. Miro a mi alrededor y de pronto vuelvo a encontrarme en clase de historia. ¿Otra vez en las nubes, Clark?, me pregunta el profesor Higgins. “Clark cree que puede volar”, dice alguien. Las risas arrecian. Si algo he aprendido hoy en el instituto es que a partir de ahora mantendré la boca cerrada.


El joven Clark, reflexionando intensamente


Querido diario:

Tal vez mi cabeza no esté hecha para los números ni las reflexiones elaboradas, pero en los deportes no tengo rival. En clase de gimnasia siempre saco sobresalientes, y eso que he de disimular todo el tiempo para que nadie sospeche de mis súper poderes. Lucho contra mis rivales imaginando que estoy peleando con niños a los que no quiero hacer daño. Corro y salto fingiendo que llevo sobre los hombros el peso de un avión. Es divertido. Y aun así siempre gano. Por eso me extraña tanto que el señor Graham, el entrenador, no repare en mis aptitudes y quiera ficharme para su equipo de fútbol. Esta mañana le he abordado durante el entrenamiento y le he preguntado directamente: “Entrenador, soy el más fuerte y más rápido del instituto. ¿Por qué no puedo jugar en su equipo?”. El entrenador me ha puesto la mano en el hombro, y como si fuera mi padre me ha dicho: “Clark, muchacho, soy el primero en lamentar que no puedas jugar con nosotros, porque efectivamente: nunca en mi puñetera vida he visto a nadie como tú. Pero es que también eres obtuso y duro de mollera, no recuerdas las reglas del juego, ni hacia dónde tienes que correr con el balón. Maldita sea, Clark, es que ni siquiera recuerdas que mantenemos esta misma conversación a diario. En fin, tal vez sea una estrategia tuya para sacarme de quicio y conseguir que te acepte en el equipo, no lo sé. Por mi parte empiezo a pensar que ésa será la única forma de no tener que repetir esta charla hasta el día que me muera”. Juro que no he entendido nada de lo que ha dicho el entrenador. Pero he preferido copiar aquí sus palabras. Sin duda han debido de ser importantes, pues el entrenador, después de mirarme a los ojos durante un buen rato, por fin me ha ofrecido un puesto en el equipo. A partir de mañana repartiré agua y toallas durante los partidos.




Querido diario:

Hace dos meses que reparto toallas y agua durante los partidos. Creí que sería un trabajo más interesante. También que si lo hacía bien el entrenador acabaría por asignarme otro puesto de mayor responsabilidad, o incluso me ofrecería jugar en el equipo. Pero de momento no ha sucedido nada de eso. Sólo recojo toallas sudadas y me tratan como al último mono (aunque tal vez eso es lo que soy). Estoy harto. Esta mañana, por ejemplo, el quarterback del equipo, un tal Alan Brady, me ha puesto en ridículo delante de algunos compañeros... y de Lana. Después del entrenamiento, varios jugadores y algunas chicas de clase habían decidido ir de picnic al campo. Lana, una de las chicas más guapas del instituto, me ha preguntado si me apetecía apuntarme. He conseguido decirle que sí sin tartamudear (¡bien por ti, Clark!), pero entonces ese maldito Brady, un gañán rubio de metro noventa que se cree el tipo más importante de la Tierra, ha gritado desde su coche descapotable: “Clark no puede venir con nosotros. Tiene que quedarse recogiendo, ¿verdad que sí, Clark?”. Ah, qué cerca he estado de saltar sobre el coche. Hubiera sacado a ese tipo del vehículo, lo hubiera levantado sobre mi cabeza y lo hubiera lanzado hacia arriba y a lo lejos con todas mis fuerzas, como a un palo, mientras le gritaba: “¡Pero si ya he terminado!, ¡tú eras el último montón de basura que me quedaba por recoger, Brady!”. No lo he hecho, claro. Mamá me ha enseñado que la violencia es el refugio de quienes no tienen argumentos (aunque papá siempre dice: “gilipolleces” al oír esto). Así que he bajado la cabeza y he seguido recogiendo. Todo el tiempo pensaba en Lana.



Querido diario:

Anoche tuve un sueño increíblemente vívido. En él salía un hombre de cabello cano y porte majestuoso. Vestía una túnica blanca y en el pecho tenía un emblema peculiar, como una especie de “S” o algo así. Su voz era grave e imponente. En el sueño, el hombre se dirigió a mí en estos términos:

-Kal-El.
-...
-Kal-El. Hijo mío...
-...
-¡Kal-El!
-¿E-es a mí?
-Sí. Recuerda que te llamas Kal-El. Ése es tu nombre en realidad.
-¿Q-quién eres tú?
-Soy tu padre, Jor-El.
-¿Jor-El? ¿Pero...?
-Por favor, presta atención. Jor-El es mi nombre. El tuyo es Kal-El, ¡Kal-El!
-Vale, vale, creo que ya lo he pillado...
-Tú no eres un hombre como los demás, hijo. Tú no naciste en la Tierra...
-Lo sé. Mamá me contó que vine del cielo. En un meteorito.
-Naciste en un planeta llamado Krypton. La estrella que proporcionaba luz y energía a nuestro mundo agonizaba: había entrado en una fase de enana roja; la temperatura de su superficie había alcanzado un valor crítico y el proceso triple-alfa del helio comenzaba...
-¿Tía Emma vivía allí?
-¿Cómo dices?
-Tía Emma. Murió el otoño pasado. Mamá dice que fue al cielo. Quizá estuvo en Krypton.

En este punto creo recordar que el hombre, Jor-El, tragó saliva (si es que eso es posible en un sueño) y se pasó una mano por la cara. Respiró hondo y me contestó que no, que tía Emma no vivía en Krypton, que él al menos nunca la había visto por allí. “Pero tú no conocías a todos los habitantes del planeta, ¿verdad? Quiero decir, a lo mejor tía Emma sí que vivía en Krypton pero tú no podías saberlo, ¿no?”, le pregunté. Jor-El me contestó que ningún ser humano podría vivir en Krypton porque la gravedad del planeta lo habría despedazado al instante. “Papá decía que tía Emma no era un ser humano”, añadí. En este momento Jor-El dio un grito. Me dijo que dejara de una puta vez a la tía Emma de los cojones, y que pasáramos al tema principal de la conversación, que no era otro que el de exponer los pasos que yo, el último hijo de Krypton, tendría que dar en los próximos meses. Ya ves, querido diario, que la conversación con el hombre del sueño no fue fácil. Jor-El era impaciente y colérico, pero a su favor he de decir que con mejores o peores maneras respondió a todas las preguntas que le hice. Sin embargo prefiero hablarte de todo ello otro día, que hoy se ha hecho tarde y he de irme a dormir.

Buenas noches.


Jor-El, sinceramente preocupado por las aptitudes intelectuales de su hijo Kal-El

Entrañable retrato de familia encontrado en el salpicadero de la nave del pequeño Kal-El





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