martes, 5 de marzo de 2013

La prueba

Avanzaba por la galería, apenas iluminado por un tenue resplandor. En su cabeza resonaban aún las advertencias pronunciadas por la comitiva que le había acompañado hasta la mitad del camino. Las había escuchado a su espalda, como una confusión de voces, cuando ellos se habían detenido al pie del camino y él había comenzado a marchar solo, por la empinada ladera, hacia la Puerta: Sé amable con ellos. No hables hasta que te pregunten. Nunca les hagas enfadar. Luego, una última voz que no reconoció, intentando infundirle algo de ánimo pero consiguiendo el efecto contrario, había gritado detrás de él: “¡No olvides las reglas! Quizá así tengas suerte”. El camino hasta la entrada de piedra había sido corto. Al franquear el umbral, el portalón se había cerrado tras de él con un sordo arrastrarse de engranajes y poleas y él había quedado plantado en la semipenumbra de un larguísimo corredor. Apretando los puños, había comenzado a caminar hacia la pálida lucecita que titilaba a lo lejos.




¿Cuánto tiempo había transcurrido desde entonces? Para su imaginación desbocada, mucho más de lo soportable. Los corredores eran todos idénticos y al poco de atravesar los primeros diez o doce había empezado a confundirlos. Sus recuerdos del mundo soleado y despreocupado del exterior también se habían ido tornando lejanos y borrosos, hasta el punto de que a ratos tenía la impresión de que sólo correspondían a historias que alguien le había contado alguna vez. Me estoy volviendo loco, se dijo, y asustado ante la posibilidad de olvidar quién era y por qué estaba allí, aceleró su paso, adentrándose en el oscuro corazón del edificio.

Al poco oyó un rumor de voces. Provenían de la sala que tenía justo delante. Sintió a su estómago encogerse de miedo y hubo de reprimir una arcada. Pensó en dar la vuelta y escapar como muchos otros habían hecho antes que él, pero, al recordar que ninguno de esos pobres desgraciados lo había logrado, tomó aire, dio un paso al frente y entró en la sala. Ante sus ojos apareció una vasta estancia iluminada por el resplandor plateado de las lámparas que colgaban de las paredes. Ellos estaban al fondo.




Eran cinco y se hallaban reclinados en sendos tronos de oro y terciopelo rojo. El más imponente de todos dominaba la sala desde el asiento central y escrutaba al recién llegado con una mirada calculadora y cruel. Los otros cuatro se mostraban subordinados a la autoridad del primero, y, tal vez porque eran algo cortos de vista, se habían inclinado para estudiar al joven que acababa de entrar en la sala.
––Te estábamos esperando –anunció uno de esos cuatro.
––¿Estás preparado? –preguntó su compañero.
––Más le vale –dijo el tercero.
––¡Con el último no tuvimos compasión! –añadió otro, y los cuatro juntos celebraron la ocurrencia con grandes risotadas.
El terror lo atenazó. Se vio a sí mismo como a un niño, un niño pequeño que acaba de encontrar a su Hombre del Saco, y supo que el miedo no le dejaría hablar. Quiso huir. Pero sus piernas eran como estacas clavadas al suelo, y, contra su voluntad, se oyó a sí mismo decir:
––Estoy preparado.
El más poderoso de los cinco señores, el del trono central, se dignó a hablar con él por primera vez. Extendió la mano, y, con una voz de pito sorprendentemente ridícula, dijo:
––Comienza, pues.
El doctorando se aclaró la garganta, miró uno por uno a los cinco miembros del tribunal y comenzó a defender su tesis.

martes, 26 de febrero de 2013

Elegidos y profecías

Los Elegidos. ¿Qué sería de muchas historias de corte fantástico sin esas personas normales y corrientes a las que un día el Destino transformó en héroes? Imagina que una mañana estás ahí, en la herrería de tu padre, forjando herraduras y calderos, cuando entra por la puerta un extranjero con pinta de mago que de buenas a primeras te cuenta que existe una profecía antiquísima, y que tú sales en ella, y que en breve tendrás que abandonar tu vida de herrero para enfrentarte a las Fuerzas Oscuras que oprimen a tu pueblo. O imagina que trabajas como programador de ordenadores en una populosa ciudad, y un día, al salir a la calle después de una agotadora jornada, te aborda un tipo negro, corpulento y con gafas de sol, que te explica que tu vida no tiene sentido (“ya lo sé”, le dices), que los ordenadores lo controlan todo (“lo sé, lo sé”), y que la única forma de escapar de la realidad artificial que te rodea es probar una pastilla roja que él gustosamente te proporcionará (“¡no necesito drogas, gracias!”).

-Me llamo Morfeo. Y qué pastillitas de la risa traigo, amigo...

Es importante que el elegido sea un tipo normal ya que tenemos que poder identificarnos con él. Pero no menos importante que este rasgo será el carácter casi sagrado de la misión que habrá de llevar a cabo. Conseguir un cambio social o político, como unificar un reino que se desangra (La leyenda del rey Arturo) o derrotar a una malvada hechicera (Willow); buscar la respuesta a una pregunta irresoluble, como saber qué le sucede a la Emperatriz Infantil (La historia interminable) o qué cojones es el quinto elemento (El quinto elemento); o algo más ambicioso, como restablecer el equilibrio de la Fuerza (La guerra de las galaxias), o reparar el engranaje que permitirá al mundo recobrar su antigua armonía (Cristal Oscuro), o liberar a la humanidad esclavizada por las máquinas (Matrix, Terminator). Todas ellas son misiones legítimas. No lo es, en cambio, ganar una Liga o una Champions, por mucho que algunos lo pretendan.

-Yo... soy... ¡el Elegido!

-Fuerza en ti percibo, Luke. El Elegido tú serás. -Cállate un poco, Yoda. Me desconcierta tu forma de hablar.


Cómo encontrar al Elegido. En principio, deberían ser las profecías las encargadas de proporcionarnos pistas sobre su identidad. Lamentablemente, las profecías nunca se han caracterizado por su claridad y precisión porque:
  • Suelen estar redactadas con runas u otros lenguajes incomprensibles.
  • Se manifiestan en forma de confusas señales (bandadas de cuervos, aullidos en la noche, cielos de tormenta), que tanto valen para identificar una cosa como la contraria.
  • Son reveladas al mundo a través de intermediarios (borrachines, viejos perturbados) de poca confianza y maltrecha reputación.
  • Tienen predilección por la metáfora y disfrazan las frases hasta lo irreconocible. Por ejemplo: “el elegido se levantará sobre la mugre y la penuria” se traduciría por “el elegido es pobre”; y “el elegido romperá el cuello de la tiranía con sus manos desnudas” sería “el elegido matará al dictador”.
  • Describen al elegido en términos muy poco concretos. Por ejemplo, en lugar de señalarlo con nombre y apellidos, se limitan a decir que tienen “una cicatriz en el hombro” o “la marca de la bestia”.
Como vemos, este tipo de comunicación favorece la especulación y los malentendidos de una manera clamorosa. Es fácil imaginar que muchos héroes del pasado fueron escogidos fraudulentamente, pero no es objetivo de este blog derrumbar mitos, así que nos limitaremos a denunciar las carencias del lenguaje profético para que seamos conscientes de la gravedad del problema. Teniendo en cuenta todo lo que está en juego (la vida del héroe, las esperanzas de un pueblo, el modo de vida del tirano), creemos urgente una reforma en profundidad de la profecía para adaptarla a los nuevos tiempos. Para ello sugerimos, por ejemplo, el uso de un lenguaje jurídico riguroso, tal y como se hace en los contratos. Algo así:

“Se reúnen de una parte Don Toragorn hijo de Torathorn, en adelante el Elegido, con domicilio en la calle del Arroyo, aldea de Cuernavaca del Valle, y por la otra parte Don Sargonath de Sargon, alias el Hechicero Oscuro, en adelante la Sombra, con domicilio en el Castillo del Mal s/n, para llegar a un acuerdo en lo referido al insoportable incremento de maldad que se viene detectando en el Reino Mágico de Brandoval desde que la Sombra se estableció en el territorio. El Elegido asume abiertamente su identidad como salvador de su pueblo y se compromete a buscar la muerte de la Sombra en breve plazo o a perecer en el intento. Por su parte, la Sombra se compromete a centrar toda su execrable maldad en la persona del Elegido, evitando actos de violencia y pillaje innecesarios en las aldeas vecinas, etc., etc.”



-No es mi intención asustarte, pequeña Elora Danan. Sólo digo que una malvada hechicera te está persiguiendo para convertirte en picadillo para el cocido.


Terminaremos hablando de las dificultades de muchos Elegidos para adaptarse a su fulgurante y súbita popularidad. Pensemos que ellos, los elegidos, suelen ser personas jóvenes e inmaduras. Hasta el momento de su transformación en héroes su vida ha transcurrido en la rutina, lo mismo que cualquier otro individuo de su edad. No es raro que padezcan estrecheces económicas por la falta de perspectivas laborales. Y además a veces son inadaptados sociales. No tienen amigos y hasta la propia familia recela de las aptitudes del joven para progresar en la vida. Casos conocemos de padres que han pegado un capón a su hijo (insistimos: futuro paladín de la justicia) al entender que éste fantaseaba demasiado con la idea de convertirse en caballero y cortejar hermosas princesas, en lugar de estar centrado, como correspondería, en ganarse el pan y traer algo de dinero a casa. Y estando así las cosas de pronto un día llega a la aldea el dichoso mago que llena de disparatadas teorías la cabeza del muchacho: que si tú eres el elegido, que si las leyendas hablarán de ti y de tus hazañas, que si mírate aquí, en esta herrería o panadería o granja de mierda, dejando que tu padre te pegue capones mientras allende las montañas un rey malvado detenta un trono que te corresponde a ti por derecho... ¿Qué joven tendría la suficiente sensatez para subordinar las ilusiones de un futuro brillante pero incierto a este presente junto a un padre aficionado a las collejas? ¿No es lo más lógico pensar que ese Hipotético Destino se le subirá pronto a la cabeza? Exacto: como los futbolistas de veinte años que ganan diez millones de euros al año.

martes, 19 de febrero de 2013

Trolls de Internet

Como todos los martes el hombre se levanta temprano. Se asea, se viste y se toma un café en la cocina mientras Sandokán, el perro de la familia, corretea entre sus piernas con la misma alegría histérica y un punto demente con que se despierta cada mañana. Todavía adormilado, el hombre va a la habitación donde duermen sus dos hijos pequeños y los despierta con suavidad. Es la hora, les dice muy bajito, los niños se quejan y balbucean excusas pero el hombre, inflexible, los saca de la cama, los ayuda a vestirse y los acompaña hasta la cocina para que se tomen el desayuno. “Cuando terminéis os laváis los dientes y me esperáis. Yo voy a pasear a Sandokán”.

En la calle está oscuro y hace frío, pero para un perro esto nunca ha sido un problema. El animal cumple rápidamente con su parte del trato. El hombre recoge la caca con una bolsa tratando de ignorar la hedionda calidez que palpita dentro, la tira a la papelera, y luego perro y dueño regresan a casa. Los niños ya esperan en el pasillo con los abrigos puestos y las mochilas a la espalda. El hombre los lleva al colegio. Les da un beso, les pide que estudien mucho y se despide de ellos hasta la hora de la salida. El hombre vuelve a casa directamente, y en el portal se cruza con las dos ancianas que viven en el 3º D. El hombre les dice que cada vez parecen más jóvenes, hace bromas sobre elixires de la eterna juventud y supuestos pactos con el diablo. Ellas ríen coquetas y salen del portal tan exultantes que una de las ancianas ni siquiera espera a estar lo suficientemente lejos para decir: “qué hombre tan encantador, ojalá tuviera yo treinta años menos”. Sandokán recibe a su dueño en la puerta de casa como si llevara dos años sin verlo. El hombre se prepara una tostada. Se dirige al despacho. Enciende el ordenador y carga varios periódicos digitales. Con gesto de nerviosismo se inclina sobre el monitor.

La primera noticia dice: “400.000 desahucios ejecutados en España desde 2008”. Pero al hombre no le interesa leerla. Se dirige al foro de comentarios y escribe: “Desahuciados = Perroflautas. Si no os lo gastarais todo en porros podríais pagar la hipoteca, gandules”. A continuación el hombre abre una segunda noticia. El titular dice: “La fundación de Bill Gates invertirá mil millones de euros en un programa de vacunaciones en África”. El hombre se salta la lectura y escribe en el foro: “Todo el dinero que tiene este tipo lo ha robado estafando con Microsoft. Los niños de África mueren por culpa de gentuza así”.


Nacionalista español opinando sobre los catalanes


La tercera noticia es en realidad un artículo cultural dedicado a una serie de televisión llamada El ala oeste de la Casa Blanca. El autor del texto sostiene que la serie es una obra maestra, pero esto es lo de menos. Resulta una delicia saborear tantas anécdotas jugosas, las referencias cinematográficas y literarias, la inteligencia con que éstas encajan en el conjunto. ¿Quién no respetaría al menos las horas empleadas por el autor para documentarse y escribir un texto así? Incluso el hombre lo lee al completo. Luego se dirige al foro y escribe: “El ala oeste de la Casa Blanca es una puta mierda. Y el artículo también”.


Nacionalista catalán opinando sobre los españoles


Completada la primera parte del trabajo, el hombre se despereza en la silla y le da un último bocado a su almuerzo. Diez minutos le han bastado, menos de lo que ha tardado en comerse la tostada, para levantar una polvareda en tres foros diferentes de Internet. Miles de lectores cabreados deben de estar leyendo en este momento sus opiniones, y al hombre sólo le resta esperar que alguno de ellos esté lo bastante indignado para responder. No ha de esperar mucho. El primero de los comentarios llega desde el foro de los desahucios y el hombre contiene el aliento mientras lo lee. Pero se lleva una decepción. Más reflexiones, explicaciones, datos: una pérdida de tiempo. Así que el hombre sigue esperando. El siguiente mensaje, procedente del foro de la fundación Gates, sí que es para él. Un tal Sr. Spontex le afea sus maneras groseras y le pregunta si alguna vez ha donado un euro a una organización o causa benéfica; dando por sentado que no ha sido así (y el hombre ha de reconocer que el Sr. Spontex está en lo cierto), el soliviantado internauta le pregunta por qué se muestra tan ofensivo con alguien que entrega mil millones de su bolsillo. El hombre apenas puede contener la impaciencia por responder. Pletórico, se inclina sobre el teclado y escribe una frase que vendría a explicitar el deseo manifiesto de que la madre del Sr. Spontex y el Sr. Spontex le coman el pene.

martes, 12 de febrero de 2013

Servicios de atención telefónica

El hombre se dispone a leer el periódico digital y a consultar el correo y Twitter, pero se da cuenta de que no puede hacer ninguna de estas cosas porque se ha quedado sin conexión a Internet. Llama al proveedor del servicio y una telefonista le explica que tiene un recibo sin pagar. “El mes pasado llamé para cambiar la domiciliación”, dice el hombre. “¿Si había un problema por qué no me habéis avisado en lugar de cortarme el servicio?”. La telefonista responde que no tienen obligación legal de hacerlo. El hombre, molesto, abona el recibo pendiente y pregunta cuándo se restablecerá la conexión. Le aseguran que en veinticuatro horas como mucho.

El usuario ante su primera llamada al teléfono de atención al cliente



Al principio, cuando sólo han transcurrido treinta y seis horas y sólo ha tenido que llamar dos veces más a su proveedor telefónico, el hombre todavía es capaz de reconocer que este alejamiento forzoso de Internet le está aportando cosas positivas. Ha vuelto a leer libros en papel, por ejemplo. Y el infernal bucle de consultas a periódicos digitales, blogs, emails y redes sociales, un rito que cada vez le absorbía más y más tiempo, se ha roto con un resultado sorprendente: el hombre ha salido a la calle por primera vez en una semana, ha visto la luz del sol y ha saludado a su mujer y a sus hijos. De pronto es consciente de algo que hasta ahora sólo intuía: mantenerse lejos de su insaciable avatar del mundo digital le ha permitido regresar, aunque sea por unas horas, a su lado humano. Filósofos, pensadores y monjes budistas celebrarían satisfechos su evolución.


-¿Quiere oír nuestra oferta? ADSL, router wifi y lobotomía por 9,95+IVA. ¡Sin permanencia! 



Sin embargo, noventa y seis horas sin Internet más tarde, al hombre -cómo decirlo suavemente- comienza a importarle una mierda todas estas ideas humanistas. El hombre sólo quiere que le arreglen su conexión a Internet, y ahora mismo está tan enfadado que no tendría inconveniente en partirle la cara al sonriente filósofo que viniera a darle lecciones sobre el nimio valor de lo virtual frente a lo real. De modo que vuelve a llamar a su proveedor de Internet y escucha medio minuto de insufrible música pop hasta que un nuevo telefonista le pregunta en qué puede ayudarle. El hombre está alterado: dos venas muy gordas le palpitan a un lado y otro de la cabeza, así que se pone a gritar. Grita para decirles que les va a denunciar a la oficina de consumo, grita para preguntarles si van a devolverle el importe de los cuatro días que lleva sin servicio, y grita para exigirles que arreglen el problema en menos de tres horas o la próxima vez se dará de baja sin más miramientos. El telefonista no se inmuta. La conexión se restablecerá en breve, dice imperturbable. El hombre ya no sabe qué más decir o hacer. Cuelga el teléfono. Se sienta. Ojalá pudiera tuitear lo que le está ocurriendo.


-Por favor, ¡les repito que yo no quiero ningún teléfono fijo!



Epílogo.

Horas más tarde un hombre llamó a su proveedor de Internet para darse de baja del servicio. La telefonista le preguntó cuál era el motivo de su decisión y el hombre dijo: “Sólo quiero darme de baja, nada más”. La telefonista le informó de que su llamada iba a ser transferida a otro departamento. Transcurrieron unos segundos. Esta vez la música de fondo no fue un irritante estribillo pop sino una delicada música medieval, bella y cadenciosa, que le transportó a un mundo de cabelleros y princesas, dragones y prodigios. Terminada la melodía, una voz retumbante, que bien podría haber sido la del anciano y sabio rey de un reino fabuloso, preguntó: “¿Quién eres y qué quieres?”. “Me llamo Arturo y quiero darme de baja”, respondió el hombre ligeramente intimidado. “Muy bien, Arturo”, dijo la voz. “Debes saber que otros antes que tú lo intentaron, y que otros después de ti lo intentarán. Grande es la recompensa para los que logren el objetivo, aunque una terrible vergüenza se abatirá sobre quienes desfallezcan”. Arturo quiso decir algo, preguntar a qué se estaba refiriendo, pero la temible voz del rey mítico lo mandó callar. “¡Silencio! Abre tus oídos, Arturo, y escucha con atención. Pues en el filo de los Acantilados de la Tristeza, en el extremo más lejano de las tierras de Allende, crece una hermosa y rara flor llamada Lucilvia. Su belleza es legendaria. Los pocos que la han visto afirman que contemplarla encoge el corazón. Lamentablemente, sólo permanece abierta unas pocas horas al año durante el primer día de primavera. Bien, Arturo. ¿Quieres darte de baja de nuestro servicio de ADSL? Entonces tráenos un ejemplar de Lucilvia. Sólo así te dejaremos marchar. ¿Lo has entendido?”. Arturo dijo que sí.



Arturo, trepando por los Acantilados de la Tristeza en busca de la flor

martes, 5 de febrero de 2013

Informáticos y otros bichos raros

Informáticos, físicos, ingenieros de telecomunicaciones. Ninguno de ellos tiene buena prensa, la verdad. El estereotipo los describe como gente poco preocupada por el vestir, escasamente dotada para el baile y con nula capacidad para interactuar con otros seres humanos. La definición también funciona en sentido contrario. Es decir, que si en el supermercado te cruzas con alguien que lleva la camisa abotonada hasta el cuello y metida por dentro del pantalón, o si en una discoteca ves a alguien que baila como si no tuviera rodillas, o si en la boda de un primo tuyo te sientas a la mesa con alguien que ya en los entrantes te está contando anécdotas sobre el rodaje de Blade Runner, hay muchas probabilidades de que todos ellos, el de la camisa, el bailarín, el friqui cinéfilo, se ganen la vida trabajando en el ramo de la informática. Esto es así y punto.

¿Necesitas un bolígrafo? Si quieres te presto uno


Sorprendentemente, el mundo tal y como lo conocemos funciona hoy gracias a profesionales como ellos: tipos que utilizan la frase “que la Fuerza te acompañe” para despedirse de su abuela ingresada en el hospital, o que saludan con el signo de Star Trek al responsable de recursos humanos que va a realizarles una entrevista de trabajo, o que todo lo que saben del sexo lo han aprendido en webs de dudosa reputación, o que se atreven a combinar pantalones de cuadros y camisas de rayas con inconsciente desparpajo. Piensa por un momento en todo lo que depende de gente así. No, en serio, piénsalo. Redes de comunicaciones, de distribución eléctrica o de agua. Transacciones financieras. Industria farmacéutica. Seguros. Sistemas de control marítimo y aéreo. Tráfico rodado. Gestión de residuos químicos y bacteriológicos. Silos de misiles intercontinentales. ¿Tiemblas de inquietud, lector? ¡No lo suficiente! Mientras lees este post, centenares de miles de puestos estratégicos están siendo gestionados por un ejército de programadores a quienes probablemente no confiarías ni tu mascota. Tipos como...

...Mauricio Donetti, informático de treinta y tres años, virgen, que comparte piso en Melbourne con dos amigos que le quitan parte de la paga que sus padres le envían todas las semanas. Es administrador de sistemas en una empresa que trabaja con virus letales. A veces, cuando sus compañeros de piso le han humillado más allá de lo soportable, Mauricio ha pensado robar una cepa de Ébola de su laboratorio para llevarla a casa y darles un buen susto.

...Kevin Graves, ingeniero norteamericano de cuarenta y dos años, virgen, que recita diálogos enteros de El retorno del Jedi en cuanto el alcohol se le sube a la cabeza, y vive en casa de sus padres, en Minessota, en una habitación llena de posters de Dungeons&Dragons. Kevin no tiene pareja pero está firmemente decidido a llamar Gandalf a su primer hijo. Trabaja en horario de oficina como administrador de bases de datos de la CIA, o sea que la seguridad nacional de los Estados Unidos depende de gente como él.

He visto Tron Legacy doce veces


...Emily Marshall, ingeniera de software, virgen, actualmente reside en Singapur y está acabando de leer el segundo volumen de 50 sombras de Grey. Se ha jurado a sí misma que su primer novio también será multimillonario y pilotará un helicóptero. Mientras llega ese momento, Emily se encarga de una aplicación de inversiones en bolsa de la que depende la mitad del sureste asiático.

...Andrés Torres, ingeniero informático natural de Burjassot. Experto en software libre, que es otra manera de decir que el tipo es virgen, Andrés suele decir de sí mismo que es un tío independiente y maduro, aunque los lunes y jueves lleva una bolsa de ropa sucia a casa de su madre para que ésta se la lave. Programador en el CNI, Andrés y otros compañeros suyos se encontrarían en la primera línea de defensa en caso de que España fuera atacada, lo que sin duda es una garantía y nos permite respirar mucho más tranquilos.

...Ali Shamradi, programador indio de cuarenta y tres años. Utiliza un despertador con la cara de Gollum que dice Mi tesssoro, Mi tesssoro cuando la alarma se pone en marcha. Colecciona figuritas de plomo de Willow y programa una aplicación de correo electrónico utilizada por millones de personas. Un despiste de Ali a la hora de codificar las instrucciones y miles de millones de correos electrónicos privados (textos de amantes, burlas contra jefes, traiciones empresariales, declaraciones de amor nunca enviadas) podrían hacerse públicos en un santiamén. Que la civilización siga como hasta ahora depende de que Ali siga centrado y tranquilo.

...Scott Baker, analista de treinta y cinco años de la NASA, virgen, que lleva varios días sin pegar ojo por culpa de un malentendido con una chica muy guapa que viajaba junto a él en el autobús. Hoy tendrá que programar el algoritmo que gestiona el nivel de oxígeno de la estación espacial internacional. La vida futura de dos astronautas rusos y tres norteamericanos va a depender de que Scott deje de pensar por un momento en esa chica del autobús.

¡Te estás perdiendo un fiestón! Beberemos Bitter Kas y luego jugaremos a las adivinanzas



El informático llevaba varios días inclinado sobre su ordenador sin hablar con nadie, y sus compañeros de oficina empezaron a extrañarse. “Ni siquiera un tío raro como él estaría tanto tiempo callado”, dijeron. Alguien se acercó y le preguntó: “Eh, tío, ¿estás bien?”. Y resultó que no, que no estaba bien. De hecho, llevaba muerto algún tiempo.”

Fragmento de “Un año en Facebook”.

martes, 29 de enero de 2013

El diario secreto de Supermán

Querido diario:

Hoy he tenido una charla con papa y mamá que puede cambiarme la vida. Todo comenzó esta mañana en la granja. Papá me había pedido que podara algunas ramas del viejo roble que crece junto al granero, pero no he entendido bien sus indicaciones, y por error he arrancado el árbol de raíz, y con él parte del granero, que ha acabado desplomándose sobre el pozo. Papá me ha echado una bronca monumental. Tanta fuerza y tan poco cerebro, me ha dicho. Se me han saltado las lágrimas. Gracias a Dios mamá ha llegado en ese momento, y al ver lo que ocurría se ha enfrentado a mi padre preguntándole a gritos si había olvidado que sólo tengo nueve años. Un par de horas más tarde, mientras comíamos en la cocina en silencio, me he decidido a plantearles la pregunta que siempre me ronda la cabeza. Les he preguntado si soy adoptado. Papá ha dicho que si aún tengo dudas de ello es que soy más tonto de lo que él creía. Mamá ha reñido a papá, me ha acariciado la cara y me ha explicado que yo llegué del cielo. ¿Del mismo lugar al que tía Emma se marchó el otoño pasado?, he preguntado. Papá ha repetido que soy tonto. Mamá ha gritado a papá, y luego me ha explicado que tía Emma se fue al cielo de las personas que mueren, pero que el cielo del que yo vengo está mucho más lejos. Más lejos que las estrellas, eso ha dicho. También me ha contado que llegué montado en un meteorito de fuego. “Por eso tú eres diferente, cariño; tú viniste de otro planeta, y eso te hace más fuerte y más rápido que cualquiera de nosotros”. “Menos cuando se trata de entender lo que le explican”, ha añadido papá. Llevo toda la tarde reflexionando sobre las palabras de mamá. Sobre tía Emma y el extraño cielo en el que se supone vive ella ahora.



-Creo que es un maldito marciano, Martha. -¡No, Jonathan! Es un niño... ¡y nos lo vamos a quedar!

El pequeño adoptado, haciendo méritos


Querido diario:

Definitivamente el instituto no es para mí. Trato de comprender lo que nos explican en clase, pero he de reconocer que a veces me cuesta. Todas esas fórmulas y ecuaciones. Todos esos nombres de elementos químicos y de viejos presidentes muertos. ¿Por qué tiene uno que aprender tantas cosas inútiles para convertirse en una persona de provecho? La mayor parte de las veces acabo mirando por la ventana. La voz del profesor sigue resonando en mi cabeza como un eco, pero yo siento que estoy en otro lugar, lejos de Smallville. En Metrópolis, por ejemplo. Podría llegar allí en un par de minutos, y estoy seguro de que mi súper fuerza me ayudaría a encontrar trabajo. ¿Y si me convirtiera en una especie de defensor de la ley? ¿Alguien superpoderoso que zurra a los malos y ayuda a la gente? Tal vez así me ganara el respeto de papá. 
“Clark, estaba equivocado contigo. Quiero que sepas que lamento haberte puteado todos estos años, y que estoy orgulloso de ti”, eso me diría papáLamentablemente mi ensoñación dura poco. Mi viaje a Metrópolis se esfuma en cuanto oigo las risas. Miro a mi alrededor y de pronto vuelvo a encontrarme en clase de historia. ¿Otra vez en las nubes, Clark?, me pregunta el profesor Higgins. “Clark cree que puede volar”, dice alguien. Las risas arrecian. Si algo he aprendido hoy en el instituto es que a partir de ahora mantendré la boca cerrada.


El joven Clark, reflexionando intensamente


Querido diario:

Tal vez mi cabeza no esté hecha para los números ni las reflexiones elaboradas, pero en los deportes no tengo rival. En clase de gimnasia siempre saco sobresalientes, y eso que he de disimular todo el tiempo para que nadie sospeche de mis súper poderes. Lucho contra mis rivales imaginando que estoy peleando con niños a los que no quiero hacer daño. Corro y salto fingiendo que llevo sobre los hombros el peso de un avión. Es divertido. Y aun así siempre gano. Por eso me extraña tanto que el señor Graham, el entrenador, no repare en mis aptitudes y quiera ficharme para su equipo de fútbol. Esta mañana le he abordado durante el entrenamiento y le he preguntado directamente: “Entrenador, soy el más fuerte y más rápido del instituto. ¿Por qué no puedo jugar en su equipo?”. El entrenador me ha puesto la mano en el hombro, y como si fuera mi padre me ha dicho: “Clark, muchacho, soy el primero en lamentar que no puedas jugar con nosotros, porque efectivamente: nunca en mi puñetera vida he visto a nadie como tú. Pero es que también eres obtuso y duro de mollera, no recuerdas las reglas del juego, ni hacia dónde tienes que correr con el balón. Maldita sea, Clark, es que ni siquiera recuerdas que mantenemos esta misma conversación a diario. En fin, tal vez sea una estrategia tuya para sacarme de quicio y conseguir que te acepte en el equipo, no lo sé. Por mi parte empiezo a pensar que ésa será la única forma de no tener que repetir esta charla hasta el día que me muera”. Juro que no he entendido nada de lo que ha dicho el entrenador. Pero he preferido copiar aquí sus palabras. Sin duda han debido de ser importantes, pues el entrenador, después de mirarme a los ojos durante un buen rato, por fin me ha ofrecido un puesto en el equipo. A partir de mañana repartiré agua y toallas durante los partidos.




Querido diario:

Hace dos meses que reparto toallas y agua durante los partidos. Creí que sería un trabajo más interesante. También que si lo hacía bien el entrenador acabaría por asignarme otro puesto de mayor responsabilidad, o incluso me ofrecería jugar en el equipo. Pero de momento no ha sucedido nada de eso. Sólo recojo toallas sudadas y me tratan como al último mono (aunque tal vez eso es lo que soy). Estoy harto. Esta mañana, por ejemplo, el quarterback del equipo, un tal Alan Brady, me ha puesto en ridículo delante de algunos compañeros... y de Lana. Después del entrenamiento, varios jugadores y algunas chicas de clase habían decidido ir de picnic al campo. Lana, una de las chicas más guapas del instituto, me ha preguntado si me apetecía apuntarme. He conseguido decirle que sí sin tartamudear (¡bien por ti, Clark!), pero entonces ese maldito Brady, un gañán rubio de metro noventa que se cree el tipo más importante de la Tierra, ha gritado desde su coche descapotable: “Clark no puede venir con nosotros. Tiene que quedarse recogiendo, ¿verdad que sí, Clark?”. Ah, qué cerca he estado de saltar sobre el coche. Hubiera sacado a ese tipo del vehículo, lo hubiera levantado sobre mi cabeza y lo hubiera lanzado hacia arriba y a lo lejos con todas mis fuerzas, como a un palo, mientras le gritaba: “¡Pero si ya he terminado!, ¡tú eras el último montón de basura que me quedaba por recoger, Brady!”. No lo he hecho, claro. Mamá me ha enseñado que la violencia es el refugio de quienes no tienen argumentos (aunque papá siempre dice: “gilipolleces” al oír esto). Así que he bajado la cabeza y he seguido recogiendo. Todo el tiempo pensaba en Lana.



Querido diario:

Anoche tuve un sueño increíblemente vívido. En él salía un hombre de cabello cano y porte majestuoso. Vestía una túnica blanca y en el pecho tenía un emblema peculiar, como una especie de “S” o algo así. Su voz era grave e imponente. En el sueño, el hombre se dirigió a mí en estos términos:

-Kal-El.
-...
-Kal-El. Hijo mío...
-...
-¡Kal-El!
-¿E-es a mí?
-Sí. Recuerda que te llamas Kal-El. Ése es tu nombre en realidad.
-¿Q-quién eres tú?
-Soy tu padre, Jor-El.
-¿Jor-El? ¿Pero...?
-Por favor, presta atención. Jor-El es mi nombre. El tuyo es Kal-El, ¡Kal-El!
-Vale, vale, creo que ya lo he pillado...
-Tú no eres un hombre como los demás, hijo. Tú no naciste en la Tierra...
-Lo sé. Mamá me contó que vine del cielo. En un meteorito.
-Naciste en un planeta llamado Krypton. La estrella que proporcionaba luz y energía a nuestro mundo agonizaba: había entrado en una fase de enana roja; la temperatura de su superficie había alcanzado un valor crítico y el proceso triple-alfa del helio comenzaba...
-¿Tía Emma vivía allí?
-¿Cómo dices?
-Tía Emma. Murió el otoño pasado. Mamá dice que fue al cielo. Quizá estuvo en Krypton.

En este punto creo recordar que el hombre, Jor-El, tragó saliva (si es que eso es posible en un sueño) y se pasó una mano por la cara. Respiró hondo y me contestó que no, que tía Emma no vivía en Krypton, que él al menos nunca la había visto por allí. “Pero tú no conocías a todos los habitantes del planeta, ¿verdad? Quiero decir, a lo mejor tía Emma sí que vivía en Krypton pero tú no podías saberlo, ¿no?”, le pregunté. Jor-El me contestó que ningún ser humano podría vivir en Krypton porque la gravedad del planeta lo habría despedazado al instante. “Papá decía que tía Emma no era un ser humano”, añadí. En este momento Jor-El dio un grito. Me dijo que dejara de una puta vez a la tía Emma de los cojones, y que pasáramos al tema principal de la conversación, que no era otro que el de exponer los pasos que yo, el último hijo de Krypton, tendría que dar en los próximos meses. Ya ves, querido diario, que la conversación con el hombre del sueño no fue fácil. Jor-El era impaciente y colérico, pero a su favor he de decir que con mejores o peores maneras respondió a todas las preguntas que le hice. Sin embargo prefiero hablarte de todo ello otro día, que hoy se ha hecho tarde y he de irme a dormir.

Buenas noches.


Jor-El, sinceramente preocupado por las aptitudes intelectuales de su hijo Kal-El

Entrañable retrato de familia encontrado en el salpicadero de la nave del pequeño Kal-El





martes, 22 de enero de 2013

Películas, guionistas e ideas desaprovechadas

Muchas películas tienen su origen en un germen o una idea brillantes. ¿Qué ocurriría si pudieras viajar al pasado y conocer a tus padres, pero el simple hecho de hacerlo pusiera en riesgo tu propia existencia? ¿Qué ocurriría si el ser humano hubiera dejado de ser la especie dominante en la Tierra y hubiera terminado esclavizado por una especie animal “inferior”? ¿Y si la Tierra fuera un basurero deshabitado en el que sólo siguieran viviendo unos pocos robots dedicados a labores de limpieza? Lamentablemente, una buena idea no es suficiente para que una película funcione. También se necesita un guión a la altura, por eso películas cuyo desarrollo supera incluso a la brillante idea que les dio pie, como Regreso al futuro, El planeta de los simios o Wall-E, no abundan.


"¡Demonios, Marty!"

"¡Os maldigo a todos! ¡Maldigo las guerras! ¡Yo os maldigo!"

Que una idea brillante y original genera mayores expectativas que una idea trillada es algo evidente. Pero también puede ocurrir que unas expectativas demasiado elevadas acaben pasando factura a la película que no pueda satisfacerlas, porque el filme corre peligro de ser juzgado con mayor rigor. Comparemos, por ejemplo, una premisa atractiva como la siguiente: ¿y si una nave espacial desaparecida junto con toda su tripulación reapareciera misteriosamente años más tarde?, con otra absolutamente insustancial: ¿y si un policía se disfrazara de abuela para proteger a una bella joven que ha sido testigo de un crimen? Corresponden a Horizonte final y a Esta abuela es un peligro. Ambas películas son un desastre, pero por la ambición de los planteamientos yo me atrevería a señalar a Horizonte final como la peor y la más tramposa de las dos (muchos pensaréis que es un sacrilegio que yo esté comparando ambos films; a todos vosotros os digo: es mi blog). Trataré de explicarme, porque no es mi intención reivindicar las películas de actores que se disfrazan de mujeres, abuelas o animales (la mitad de la filmografía de Eddie Murphy), sino afirmar que la película del detective travestido de abuela juega sus cartas de una forma más honesta. Su cartel publicitario ya nos está advirtiendo desde el principio: Ojo, que ésta es una peli en la que sale un tipo que se disfraza de mujer y pone voz de pito, luego no digáis que no os lo he advertido. En cambio la película de la nave que desaparece en un universo paralelo en el que reina el Mal Absoluto nos despista. Nos propone un misterio de tamaño astronómico y nos pide que confiemos en lo que va a contarnos; como si nos advirtiera: Atención, aquí se tratan Cosas Importantes y Trascendentes, ¿de veras vas a perdértelas? Hechas las aclaraciones: ¿cuál de las dos películas pensáis que nos engaña con más desvergüenza?




Por supuesto estoy exagerando, porque volvería a ver Horizonte final y eso es algo que no haría con ninguna película de Martin Lawrence (he oído decir que la CIA utiliza la filmografía completa de este actor para sus interrogatorios). O sea que mi objetivo era mostrar lo frustrante que resulta ver una película que primero te ilusiona y luego te engaña. Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, Superman returns o Prometheus, ¿quién no ha sufrido la experiencia? Sentado en la butaca del cine mientras esperas que dé comienzo la película que tanto tiempo llevabas queriendo ver, recuerdas el entusiasmo que sentiste al ver el tráiler por primera vez o cómo fuiste contando los días que quedaban para el estreno. También recuerdas que tuviste que pedirle a tu novia que te acompañara. Sabes que a ella no le gustan las películas de ciencia ficción y que una petición como ésta acarreará algún tipo de contrapartida en el futuro, pero nada de esto importa ahora. Ni los nervios previos, ni la impaciencia, ni la más que probable extorsión de que serás objeto por parte de la persona que asegura que lo daría todo por ti. Nada. Cada uno de los esfuerzos ha merecido la pena, porque la película promete, y tú ya estás aquí, ahora, sentado en la butaca. Preparado para disfrutar. Dos horas más tarde sales del cine apretando los dientes. Consumada la estafa, sólo queda tragarse la decepción. Y sin embargo intuyes que la prueba aún no ha terminado. “¿Ésta es la película que tanto querías ver?”, escuchas a tu lado. A tu novia. Usando ese tono. Notas cómo la Rabia crece dentro de ti. Pero a decir de los maestros jedis la Rabia lleva a la Ira y la Ira al Lado Oscuro, de modo que te controlas.


Este muchacho acaba de ver una película de Adam Sandler

Guionistas especializados en buenas ideas y fatídicos desarrollos hay muchos. Otro día hablaremos de Damon Lindelof, guionista (ejem) de series como Lost y películas como (ejem) Cowboys & Aliens o Prometheus. Hoy preferiría centrarme en M. Night Shyamalan. Director y guionista de El sexto sentido, casi todas sus películas posteriores se basan en sugerentes puntos de partida que acaban diluyéndose en historias de absurdo desarrollo. El incidente: ¿y si una pandemia de suicidios hubiera empezado a extenderse sin freno y miles de personas comenzaran a quitarse la vida a lo largo y ancho del país? El bosque: ¿y si los habitantes de un pueblecito rural tuviesen que cumplir una serie de normas para sobrevivir a las maléficas criaturas que habitan el bosque circundante? La trampa del mal: ¿y si unas cuantas personas se quedaran atrapadas en un ascensor y una de ellas fuera el Diablo?


Espectadores paralizados o desmayados ante la noticia de que Shyamalan estrena nuevo film

"Soy actor. Así que si me dicen que pinte, yo pinto"

Para los defensores de su cine, Shyamalan es un creador arriesgado, un visionario que no teme sacar adelante sus originales proyectos aun a riesgo de que el público no los entienda. Para los más críticos, por contra, Shyamalan sólo es alguien con el arrojo necesario para presentar al productor de Hollywood de turno una libreta llena de ideas apenas esbozadas, y una habilidad casi sobrenatural para conseguirles financiación (reconozco que no son talentos menores, ojo):

PRODUCTOR: Y dices que tu nueva película trataría de un hada...
SHYAMALAN: En realidad es una ninfa.
PRODUCTOR: ...que aparece en una piscina...
SHYAMALAN: De un complejo de apartamentos de Cleveland, correcto.
PRODUCTOR: ¿Cuánta pasta me va a costar?
SHYMALAN: ¿Se puede poner precio al Arte?
PRODUCTOR: Aun así me gustaría saber la cifra.



"-¿Qué estamos haciendo aquí? -No lo sé, yo también me pregunto cómo hemos llegado a este rodaje"

En fin, concluyo mi post de hoy con un par de ideas que se me han ocurrido mientras desayunaba. Si alguien puede desarrollarlas (un guionista, o cualquiera que esté por la labor) que me avise. Iríamos al 50%:

Idea número 1.
La historia transcurre en un futuro muy lejano. La humanidad hace tiempo que ha desaparecido, pero las gigantescas instalaciones subterráneas que una vez dieron forma a la red que sustituyó a Internet siguen funcionando de forma autónoma gracias al combustible nuclear que las alimenta. La evolución ha seguido su curso en el planeta. Miles de nuevas especies han aparecido y desaparecido y una nueva raza de seres inteligentes domina ahora la Tierra. Un día esa nueva especie halla una de las enormes instalaciones subterráneas de las que hablábamos al principio. Todo el conocimiento de los hombres sigue allí, enterrado e intacto. Los nuevos seres, cuya civilización está muy desarrollada, se proponen devolver a la vida a un par de humanos, un macho y una hembra, para estudiarlos. Llaman al proyecto Adán y Eva.

Idea número 2.
En algún lugar de Internet, entre los miles de millones de páginas que forman la web, hay una página que muestra una escena tan terrible que provoca la muerte de quien la ve. Sólo una rara combinación de palabras clave introducidas en el buscador podría llevarte a esa página. Es poco probable que ocurra. Pero millones de usuarios navegan por la red cada día. Tú podrías ser el próximo en dar con esa página. (Por cierto: esta historia sí está completamente desarrollada. Podéis encontrarla en Un año en Facebook.)